Las relaciones humanas son difíciles. Somos seres sensibles que van dolidos por la vida en el intento de crecer y que cada día duela menos que ayer.
Somos como bombas a punto de estallar que se mueven en una sociedad donde constantemente se encienden cerillas.
Nos tocan el ego, nos tocan los miedos, nos tocan el orgullo y explotamos. Vivimos en la amenaza constante, lo atrasamos lo máximo posible, aguantamos, lo estiramos pero tarde o temprano la llama llega y todo estalla. Y como en toda explosión se vuelve todo oscuro, el humo nos impide ver con claridad, nos sentimos ahogados, sofocados, estamos atrapados y no sabemos cómo salir de ahí, porque todo es caos, porque todo está gris. Intentás reponerte, poco a poco, pero todo está tenso, ya nada es igual. Nos volvemos fríos y la calma tarda en llegar. Las respuestas se atrasan y la claridad se hace esperar. Es como un volver a empezar. Despejar todo, liberarnos de todo lo viejo, gastado, quemado para luego empezar ladrillo a ladrillo a reconstruir todo, con la esperanza que esta vez sea definitiva.
Pero basta con una brisa de calor externa para que todo vuelva a arder en llamas. Qué difícil se hace. Qué ardua nos hacemos la vida de esta manera. Quién dice que no haya una forma más fácil de mantener todo en orden?
«En lo que concierne a la mayoría todavía inconsciente de la población, sólo una situación crítica tiene la capacidad de quebrar la dura cáscara del ego y de obligar a la entrega y forzar al estado de despertar. Una situación crítica surge cuando a través de algún desastre, una conmoción drástica, una pérdida profunda, o el sufrimiento, todo su mundo se hace añicos y ya no tiene sentido. Es un encuentro con la muerte, sea física o psicológica. La mente egotista, el creador de este mundo se derrumba. De las cenizas del viejo mundo, uno nuevo puede nacer.»
Eckhart Tolle
Tal vez es con amor que nos dejamos de tantas explosiones y nos acercamos a la paz. Si dejamos de vivir en un estado constante de alerta, en guerra continua con cada ser que nos relacionamos.
Si estamos dolidos, si todos buscamos la felicidad, si todos necesitamos sentirnos queridos, amados, protegidos por qué simplemente no respondemos con amor?
Nadie busca hacernos daño. No existe la maldad, solo existe la ignorancia y el profundo dolor. El dolor inconsciente que nos mata por dentro sin que nosotros lo notemos. Porque no tenemos la menor idea de que está ahí, todavía no aprendimos a identificarlo.
Y en base a eso nos relacionamos con los demás. Es eso lo que condiciona nuestras respuestas, nuestras actitudes y nuestras reacciones. Es esto lo que nos hace tan sensibles y fáciles de hacer estallar.
Detengámonos unos instantes a analizar, a ver lo qué tenemos dentro, investiguemos detenidamente, parte por parte, aceptemos, sanemos, perdonemos y entendamos que cada uno de nosotros tiene su historia dentro, sus cenizas, sus escombros. Y en lugar de ir produciendo más destrucción en la historia de cada par, seamos más empáticos, acerquémonos con amor, cariño, ternura, ayudemos en el proceso de reconstrucción para que cada nueva historia sea por fin basada en la paz, la armonía, la unión. Que se sientan esas conexiones, que vuelvan los abrazos, que cada roce sea energía pura, que cada boca sea una sonrisa y que cada ser sea un individuo parte de un todo y de una comunidad unida desde el amor, el respeto y la confianza.