Hace ya tres años que con muchos nervios y adrenalina devolvi las llaves del departamento que alquilaba en Capital y me subí a ese avión que me llevaría a hacia un mundo desconocido y mágico en el que viví miles de aventuras.
Ya recibida de arquitecta y luego de trabajar unos cortos meses para tener los medios
suficientes emprendí esta aventura llena de alegrías de la mano de mi gran compañero de vida.
Moría por conocer el mundo del otro lado del charco,por recorrer cada recoveco y descubrir cada rincón del hermoso mundo que a todos nos pertenece. Y no, quince días no me iban a ser suficientes, necesitaba más, quería vivirlo, formar parte de eso, formar parte de esas películas, fotos y videos que vi durante tantos años y soñaba con conocer. Quería ser parte del día a día y que el puentecito mágico de la foto sea ese que cruce para ir a trabajar.
Y así fue como simplemente preparé la mochila, organicé los papeles y fui a por ello. Y QUÉ BUENA DECISIÓN!.
Conseguimos una visa que nos ampare por un año y nos de la posibilidad de trabajar para solventar gastos, y nos zambullimos a la aventura. Solo había un ‘problema’. Francia? Hablan francés? NO. Habrá que aprender. Reto aceptado.
C’était la galère, pero de a poco fuimos aprendiendo. A las dos semanas ya estaba cumpliendo mi gran sueño. Ejerciendo por primera es mi profesión en un país nuevo y con un idioma que no hablaba. Pero como siempre digo cuando se quiere se puede.
Y más o menos así fue como esta aventura sin fin empezó.
Es difícil emigrar , estás dejando muchas cosas atrás; tu familia, tus amigos, tu hogar, tus costumbres, te estás enfrentando a cosas nuevas, todo es incertidumbre. Sin dudas no van a tardar en presentarse los miedos, pero es algo que no hay que pensar dos veces. Es animarse y empezar a tomar decisiones que te lleven a ese objetivo. Si realmente lo soñás adelante, dale para adelante porque es una experiencia de la que no te vas a arrepentir. La posibilidad de volver siempre está.