Extracto del libro BIOCONSTRUCCIÓN – ÁNGEL MARTÍNEZ MARTÍNEZ
«La edificación en serie habitualmente ha sido pensada, diseñada, planteada, construida y comercializada de espaldas a futuros usuarios. Éstos, no han colaborado en modo alguno en ninguna de las fases de diseño y creación. Los compradores de ese bien necesario, han participado únicamente al final del proceso, pagando el precio, que en muchas ocasiones, especialmente en los últimos años, no es el precio que cuesta su ejecución, sino el que un sistema (todos nosotros), establece. Habitualmente este costo era y es, el esfuerzo de muchos años de la persona compradora o de toda la familia al adquirir su vivienda.
En la mayoría de los casos, si no pueden pagar ese costo, tendrán que entrar en el sistema hipotecario, lo cual implicará que estarán atados de por vida, y dedicando una parte importante de su energía, a cubrir su falso valor. En ocasiones, incluso los hijos heredaran esa deuda, que seguirá atandoles durante tiempo.
Todo ese esfuerzo, se convertirá en el espacio en el que posiblemente pasen más tiempo de su vida.
Este espacio, en cuya creación sus moradores no han participado, ha sido diseñado, en muchos casos, con criterios de eficacia y rentabilidad para los promotores.
Esta actitud, consecuentemente, ha dado y da lugar a la creación de espacios mínimos, sin alma. Cubos fríos y blancos, que como buenos contenedores, se apilan en parcelas y parcelas como cajas de almacenamiento.
Contenedores de seres humanos, que son tenidos en cuenta, como piezas de un proceso productivo o de consumo, que se quitan y ponen, sin la consideración de que esas piezas son seres que encarnan una fascinante manifestación de la vida, y que en su interior palpita un potencial excepcional.
Afortunadamente, la conciencia del valor de la creación de una vivienda es vivido por muchos profesionales de la arquitectura como el maravilloso reto de crear templos de crecimiento y evolución para seres humanos. Esta actitud en el proceso constructivo, dignifica esta preciosa profesión.
Los espacios sin alma, además de fríos, no acogen ni tienen calidad envolvente. Por ello hay que forrarlos en capas que oculten su realidad de desalmados. Esta es una de las funciones de parte de la decoración.
Esta visión de la arquitectura y la decoración puede parecer dura, y quizás lo sea, ya que entendemos la arquitectura, como arte de crear hogares que en su misma concepción ofrezcan el abrazo de un espacio que envuelve, recoge y tiene resonancia entre su forma y la del cuerpo humano que lo habita. Cuando este criterio es aplicado en el proceso decorativo, la decoración se transforma en una magnífica aliada de la potenciación y enriquecimiento humano.
Hemos aprendido a ver el cuerpo físico, como la única manifestación de la totalidad que el ser humano es. Incluso si aceptamos ésta como la única realidad, hay una incoherencia en el hecho de que nuestros cuerpos están constituidos por formas esféricas, llenas de calidez y vida, y, sin embargo, les ofrecemos como espacios en los que cobijarse cubos fríos, de líneas y planos rígidos.
El cuerpo humano cobija en su interior a un ser. Este ser, en los muchos niveles que comporta, manifiesta la multidiversidad de la totalidad del universo, del que es un holograma. Es un cuerpo físico fascinante, que aglutina simultáneamente diversos aspectos: mineral, vegetal, animal, energético, emocional, mental, astral, espiritual, angelical, causal, crístico, búdico… Su acogimiento en un espacio cúbico, lo encierra con rigidez y lo somete a estructuras cuadriculadas, que lo adecuan bien para todo un conjunto de estructuras sociales, laborales, filosóficas, ideológicas, transcendentes, políticas, etc., en las que es una pieza funcional, pero no participativa. Ese espacio es contrario al potencial tan diverso y fascinante que cobija en su interior, y que resonaría mucho mejor en espacios orgánicos, sanos, adecuados a sus cualidades personales y a sus múltiples niveles.
Tan solo la consideración de que la envolvente energética humana tiene la forma de un huevo, nos situaría ante la reflexión de qué envolvente sería más adecuada al diseñar los espacios. Una equilibrada combinación de aspectos orgánicos y planos respondería adecuadamente a la doble polaridad yin-yang, femenina-masculina que existe en toda persona.
Entendemos que el arquitecto, desde que esta función se constituyó como profesión, ha sido la persona dentro de la estructura social, que ha aglutinado visiones tan diversas como la construcción, la armonía, el equilibrio de los volúmenes, y formas, la astrología, la medicina, la filosofía, la alimentación, la geobiología, la concepción de la vida etc., de manera que su obra se adecuara con exquisita justeza a las necesidades de la persona o personas que le pedían la construcción de su espacio. Tristemente esta concepción se ha perdido, focalizándose el papel del arquitecto en la creación de espacios con una función únicamente utilitaria y con un planteamiento “yang”.
La polarización en el manejo de la materia, asumido por la casi totalidad de seres humanos, obsesionados únicamente por lo tangible, nos ha llevado a la situación social que vivimos actualmente, que se desmorona y rompe sopena de destruir nuestra raza, tras su deshumanización.
Estamos a tiempo de rectificar ese camino.
Los estudiantes de arquitectura desconocen, por lo que no investigan y descubren la existencia de otros cuerpos más allá del físico. Consecuentemente, cuando son arquitectos no diseñan en la mayoría de los casos, para estos seres multidimensionales que ellos mismos sin. Y no es que no tengan capacidad para ello, sino que toda una estructura, nuestro sistema, ha cristalizado patrones exclusivamente materiales. Por eso se desmorona.
En las escuelas, los estudiantes aprenden a responder únicamente a la necesidad de la manifestación física, dejando de lado eso que tanto nos gusta, como son las emociones, las formas, los razonamientos, sus variadas manifestaciones, sus muy diferentes temperamentos y estados de ánimo, etc. Es decir, la pobreza del planteamiento de nuestro sistema, cuya visión y manifestación esencial se ha limitado esencialmente a lo tangible.
Afortunadamente, este sistema es insostenible y su limitación de respuestas lo ha llevado a su autodestrucción. Es en esta situación donde un nuevo horizonte puede comenzar a manifestarse.
En lo profundo, la vocación de los estudiantes de arquitectura, les empuja precisamente hacia esa apertura, a esa nueva realidad. Este planteamiento por desarrollar, es el que generará nuevos espacios que den cobijo a estas diferentes potencialidades.
Se trata de recordar y recrear el arte de diseñar espacios a medida del ser humano, en todas sus dimensiones posibles, no solo en la material.
Decorar es el arte de potenciar en un espacio dado, aspectos específicos, de manera que sus moradores, eleven sus cualidades de bienestar, salud, vibración, o aquellas facetas que específicamente se desee, y que esten en armonía con ellos.
No cabe duda de que la transformación de un espacio, partiendo de las limitaciones que tiene nuestra arquitectura, merece el reconocimiento de una especial habilidad, que en muchas ocasiones es sorprendente y magistral.
Todo lo descrito a lo largo del libro persigue el objetivo de que la envolvente espacial, es decir, la arquitectura, potencia todos los aspectos posibles que enriquezcan al ser humano como ser que es, con sus múltiples aspectos.
Dicho de otra forma, sería hacer arquitectura cuyas formas, detalles, rincones, juegos de luces, aperturas, etc., sean su propia decoración.»